lunes, 20 de febrero de 2012

EL DOGMA SOCIALISTA

Juan B. Alberdi (por S. Nogy).

Por Esteban Echeverría*


XIII

15. ABNEGACIÓN DE LAS SIMPATÍAS QUE PUEDAN LIGARNOS A LAS DOS GRANDES FACCIONES QUE SE HAN DISPUTADO EL PODERÍO DURANTE LA REVOLUCIÓN           

El último resultado de la fusión doctrinaria, formulada en el precedente párrafo, es una fusión política y social.
Armonía en los intereses, armonía en las opiniones, en las localidades, en los hombres, en el presente, en el pasado de nuestra vida política.
            Para ello una general amnistía para todos los extravíos precedentes; una ley de olvido conteniendo todos los momentos, todos los sucesos, todos los caracteres históricos de la revolución americana.
La revolución de Mayo se dividió al nacer y ha continuado dividida hasta los actuales días; armada de sus dos manos, como la revolución francesa, con la una de ellas ha llevado adelante la conquista de la libertad, en tanto que con la otra, no ha cesado de despedazar su propio seno; doble lucha de anarquía y de independencia, de gloria y de mengua, que ha hecho a la vez feliz y desgraciado el país, que ha ilustrado y empañado nuestra revolución, nuestros hombres y nuestras cosas.   
             La anarquía del presente es hija de la anarquía del pasado: tenemos odios que no son nuestros, antipatías que nosotros hemos heredado. Conviene interrumpir esta sucesión funesta, que hará eterna nuestra anarquía. Que un triple cordón sanitario sea levantado entre ambas generaciones, al través de los rencores que han dividido los tiempos que nos han visto crecer. Es menester llevar la paz a la historia, para radicarla en el presente, que es hijo del pasado, y el porvenir, que es hijo del presente. 
              Facción morenista, facción saavedrista, facción rivadavista, facción rosista, son para nosotros voces sin inteligencia; no conocemos partidos personales; no nos adherimos a los hombres; somos secuaces de principios. No conocemos hombre malo al frente de los principios de progreso y libertad. Para nosotros la revolución es una e indivisible. Los que la han ayudado, son dignos de gloria; los que la han empañado, de desprecio. Olvidamos no obstante las faltas de los unos para no pensar más que en la gloria de los otros.      
               Todos nuestros hombres, todos nuestros momentos, todos nuestros sucesos presentan dos faces: una de gloria, otra de palidez. La juventud se ha colocado cara a cara con la gloria de sus padres y ha dejado sus flaquezas en la noche del olvido.
               Vivamos alerta con los juicios de nuestros padres acerca de nuestros padres. Han estado divididos, y en el calor de la pelea más de una vez se han visto con los ojos del odio, se han pintado con los colores del desprecio. A dar ascenso a sus palabras, todos ellos han sido un puñado de bribones. A creer en lo que vemos, ellos han sido una generación de gigantes; pues que tenemos un mundo salido de sus manos. Ahí están los hechos, ahí están los resultados, ahí está la historia; sobre estos fundamentos incorruptibles debe ser organizada toda reputación, todo título, todo juicio histórico. No tenemos que invocar testimonios sospechosos, tradiciones apasionadas y parciales. Somos la posteridad de nuestros padres; a nosotros compete el juicio de su vida. Nosotros le pronunciaremos en vista del proceso veraz de la historia y de los monumentos. Cada vez, pues, que uno de nuestros padres levante su voz para murmurar de los de su época, implorémosle el silencio. Ellos no son jueces competentes los unos de los     otros.
                Cada libro, cada memoria, cada página salida de su pluma, refiriéndose a los hombres y los hechos de la revolución americana, deben ser leídos por nosotros con la más escrupulosa circunspección, si no queremos exponernos a pagar alguna vez los sinsabores gloriosos de toda una existencia con la moneda amarga de la ingratitud y del olvido.
                 Todos los períodos, todos los hombres, todos los partidos comprendidos en el espacio de la revolución, han hecho bienes y males a la causa del progreso americano. Excusamos, sin legitimar todos estos males; reconocemos y adoptamos todos estos bienes. Ningún periodo, ningún hombre, ningún partido tendrá que acusarnos de haberle desheredado del justo tributo de nuestro reconocimiento.        
                 Todos los argentinos son uno en nuestro corazón, sean cuales fueren su nacimiento, su color, su condición, su escarapela, su edad, su profesión, su clase. Nosotros no conocemos más que una sola facción, la patria más que un solo color, el de Mayo, más que una sola época, los treinta años de revolución republicana. Desde la altura de estos supremos datos, nosotros no sabemos que son unitarios y federales, colorados y celestes, plebeyos y decentes, viejos y jóvenes, porteños y provincianos, año 10 y año 20, año 24 y año 30; divisiones mezquinas que vemos desaparecer como el humo delante de las tres grandes unidades del pueblo, de la bandera, y de la historia de los argentinos. No tenemos más regla para liquidar el valor de los tiempos, de los hombres y de los hechos, que la magnitud de los monumentos que nos han dejado. Es nuestra regla en esto como en todo; a cada época, a cada hombre, a cada suceso, según su capacidad; a cada capacidad, según sus obras.    
                 Hemos visto luchar dos principios, en toda la época de la revolución y permanecer hasta hoy indecisa la victoria. Esto nos ha hecho creer que sus fuerzas son iguales, y que su presencia simultánea en la organización argentina, es de una necesidad y correlación inevitables. Hemos inventariado el caudal respectivo de poder de ambos principios unitario y federativo, y hemos obtenido estos resultados:          

                                         ANTECEDENTES           UNITARIOS

                                                          Coloniales 
    La unidad política. La unidad civil. La unidad judiciaria. La unidad territorial. La unidad financiera. La unidad administrativa. La unidad religiosa. La unidad de idioma. La unidad de origen. La unidad de costumbres.           

                                                     Revolucionarios 
              
La unidad de creencias y principios  republicanos.
            La unidad de formas  representativas.
            La unidad de sacrificios en la guerra de emancipación.      
            La unidad de conducta y de acción en dicha           empresa.
            Los distintos aspectos de unidad interrumpidos; congresos, presidencias, directorios generales que con intermitencias más o menos largas se han dejado ver durante la revolución.                       
             La unidad diplomática, externa o internacional. La unidad de glorias. La unidad de bandera. La unidad de armas. La unidad de reputación exterior.
             La unidad tácita, instintiva, que se revela cada vez que se dice sin pensarlo: República Argentina, territorio argentino, nación argentina, patria argentina, pueblo argentino, familia argentina, y no santiagueña, y no cordobesa, y no porteña. La palabra misma argentino es un antecedente          unitario.

                                     ANTEDECENTES   FEDERATIVOS

             Las diversidades, las rivalidades provinciales, sembradas sistemáticamente por la tiranía colonial y renovadas por la demagogia republicana.          
             Los largos interregnos de aislamiento y de absoluta independencia provincial durante la revolución.         
             Las especialidades provinciales, provenientes del suelo y del clima, de que se siguen otras en el carácter, en los hábitos, en el acento, en los productos de la industria y del suelo.       
             Las distancias enormes y costosas que las separa unas de otras.
             La falta de caminos, de canales; de medios de organizar un sistema regular de comunicación y transporte.           
             Las largas tradiciones municipales.   
             Las habitudes ya adquiridas de legislaciones y gobiernos provinciales.
             La posesión actual de los gobiernos locales en las manos de las provincias.         
             La soberanía parcial que la revolución de Mayo atribuyó a cada una de las provincias y que hasta hoy les ha sido contestada.        
             La imposibilidad de reducir las provincias y sus gobiernos al despojo espontáneo de un depósito, que, conservado un día, no se abandona nunca el poder de la propia dirección, la libertad.     
             Las susceptibilidades, los subsidios del amor propio provincial.
             Los celos eternos por las ventajas de la provincia capital.  
             De donde nosotros hemos debido concluir la necesidad de una total abnegación, no personal, sino política, de toda simpatía que pudiera ligarnos a las tendencias exclusivas de cualquiera de los dos principios que, lejos de pedir la guerra, buscan ya, fatigados de lucha, una fusión armónica, sobre la cual descansen inalterables las libertades de cada provincia, y las prerrogativas de toda la nación: solución inevitable y única que resulta toda de la aplicación a los dos grandes términos del problema argentino, la nación y la provincia; de la fórmula llamada hoy a presidir la política moderna, que consiste, como lo hemos dicho en otra parte, en la armonización de la individualidad con la generalidad, o en otros términos, de la libertad con la asociación.
            Esta solución, no sólo es una demanda visible de la situación normal de las cosas argentinas, sino también una necesidad política y parlamentaria, vista la situación de los espíritus; porque de ningún modo mejor que en la armonía de los dos principios rivales, podrían encontrar una paz legítima y gloriosa los hombres que han estado divididos en los dos partidos Unitario y Federal. 

La forma de periódico que se dio a la primera edición de este escrito, no era la más conveniente para que se difundiera con facilidad y eficacia; y éste es uno de los motivos que nos han impulsado a reimprimirlo en forma de libro. Tenemos mucha fe en las ideas, pero también creemos que su triunfo depende a menudo de los medios que se emplean para propagarlas. La prensa periódica no nos parece entre nosotros tan eficaz como en otros países para la difusión de ideas, porque no puede ser analítica y explicativa, y supone en los lectores alguna instrucción previa sobre las cuestiones que ventila; y porque un periódico se hojea un momento por curiosidad o pasatiempo, y luego se arroja: la prensa periódica poca utilidad ha producido en nuestro país.           
La prensa doctrinaria, la prensa de verdadera educación popular, debe tomar la forma de libro para tener acceso en todo hogar, para atraer la atención a cada instante y ser realmente propagadora. Así quisiéramos que, en vez de muchos periódicos, se escribieran muchos Manuales de Enseñanza sobre aquellos ramos del saber humano cuyo conocimiento importa popularizar entre nosotros. Una Enciclopedia popular, elaborada en mira del desenvolvimiento gradual y armónico de la Democracia en el Plata, llenaría perfectamente las condiciones que nosotros concebimos para la prensa progresista del porvenir en nuestro país. Si quiere Dios que alguna vez volvamos a poner el pie en la tierra natal, no echaremos en olvido este pensamiento: hoy carecemos absolutamente de medios para ponerlo en planta. (Nota de Echeverría)

Esteban Echeverría.

* “El Dogma y sus corolarios constituyen, por eso, la doctrina argentina de la democracia. Es, en efecto, en el hecho, la democracia en el Plata, que el fundador se propuso arraigar en su peculiar carácter, y cuya realización confió en su legado a Alberdi: la que éste enunció en las Bases y la que inscribieron en la Constitución de Santa Fe los hombres de 1853. Para todos los tiempos y para todas las edades, esta doctrina tiene ideas, ideales e inspiración o sugestiones sin fin.” (Salvador M. Dana Montaño).


Bibliografía:

Echeverría, Esteban, Dogma Socialista y otras páginas escritas, Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1948.

sábado, 4 de febrero de 2012

CIENTO SESENTA AÑOS DE CASEROS



Justo J. de Urquiza.
  

Por Roberto Azaretto*


Fue fácil la victoria, en pocos minutos se decidió la batalla en que el invicto entrerriano, con tropas y oficiales fogueados en los combates sangrientos de las guerras civiles, vencía a un general que nunca estuvo en el frente y no preparó a su ejército para su última guerra. Antes de la media hora del inicio del fuego, Rosas regresaba a su casa a buscar a su hija y cargar los baúles, ya preparados, para su exilio en Inglaterra, donde moriría un cuarto de siglo después. Como suele pasar, cuando un régimen destruye toda posibilidad de alternativas, su derrocamiento fue logrado por un antiguo aliado suyo, como lo era el gobernador de Entre Ríos. Urquiza se los dijo claramente, a los emigrados de Montevideo y de Chile, cuando a horas del triunfo lo cuestionaban: “Si yo no lo enfrento a Rosas, ustedes seguirían chillando en los diarios de Montevideo 20 años más”. 
Consecuencia de la victoria fue el Acuerdo de San Nicolás, firmado con los gobernadores que integraban el sistema rosista. En el Acuerdo se constituye un poder nacional luego de la fugaz presidencia de Rivadavia, entre 1826 y 1827, al designar a Urquiza Director de la Confederación y se convoca a una Convención Constituyente en Santa Fe. La Convención redacta, debate y aprueba la Constitución Nacional, con la representación de trece de las catorce Provincias, porque Buenos Aires no acepta la representación igualitaria y pretende que se organice la Nación de acuerdo a sus propias reglas, que no son otras que la primacía, como lo fue en los tiempos de Rosas, y la conservación para sí de las rentas de la Aduana. 
Nunca ocultó Rosas su desdén por los caudillos provinciales y se lo reiteraba años después, en el exilio inglés, a Vicente Quesada cuando defendía su postura de no organizar institucionalmente al país. Hoy el aniversario de Caseros toma otra dimensión, porque la presidente de la Nación, creyendo que sus obligaciones incluyen la sustitución tanto de la historia argentina como de la realidad contemporánea por “el relato”, ha dicho que en Caseros triunfó el sur, a diferencia de los Estados Unidos, donde el norte industrial superó al sur agrícola. 
Las diferencias entre los Estados Unidos y nuestro país eran enormes, las trece colonias inglesas originales fueron siempre autónomas y se vinculaban directamente con Londres, sin virreyes ni autoridad central alguna. Todos los Estados fundadores tenían costas al Atlántico y solamente tres semanas de navegación los separaban de Inglaterra, a diferencia de los tres meses que duraba el viaje entre Buenos Aires y España. Cinco millones de habitantes poblaban los territorios que conformaron los Estados Unidos. Recién a principios del siglo XX la Argentina logró contar con ese número de habitantes. 
Los estadounidenses constituyeron un Congreso, formaron un ejército, designaron a su comandante -Jorge Washington- y se dedicaron con exclusividad a las metas de lograr la independencia y asegurar los derechos individuales. Nadie discutió formas de gobierno, si se implantaría una república o una monarquía, si habría un régimen federal o unitario. San Martín no tuvo esa suerte. Entre tantos obstáculos que enfrentó, el mayor de todos y con graves consecuencias fue el relacionado con las querellas intestinas. Esa mala costumbre nuestra de poner el carro delante de los caballos. 
Así fue que sólo una fracción de las tropas que podían reunirse en el país formaron el Ejército Libertador. La mayor parte estuvo al servicio de las querellas de campanario y las ambiciones de personajes menores que satisfacían pequeñas vanidades lugareñas. Luego de establecer una confederación, los estadistas del Norte resolvieron crear un gobierno federal. Para eso redactaron una Constitución que aseguró las libertades de los ciudadanos, construyó un sistema de tres poderes y reconoció a la libertad de prensa como un derecho indelegable que se reserva el pueblo. 
Unificó el mercado suprimiendo peajes y aduanas interiores. Como recurso federal se establecieron los derechos de aduana, así financió al gobierno y protegió moderadamente su agricultura, y más adelante sus manufacturas. En la guerra civil de los Estados Unidos lo que estuvo en juego fue la unidad de la Unión y la negación del derecho de secesión. Antes del conflicto ese país, con cincuenta millones de habitantes, era una economía agroindustrial. 
La navegación a vapor y miles de kilómetros de ferrocarriles posibilitaban la incorporación al mercado de los territorios interiores que formaban los nuevos estados de un país que ya preocupaba a Europa, sobre todo a sus clases gobernantes, que temían la consolidación de la democracia republicana, como lo temía Napoleón III. Rosas en su primer gobierno, en 1831, restableció el tráfico de esclavos negros, práctica que no corresponde a un proyecto “industrial” que se basa en el salario. El tráfico se suprime siete años después, por presiones del gobierno inglés. 
En ese momento había un conflicto con Francia, y el gobernador no quería complicaciones. Los puertos del Paraná y el Uruguay estaban cerrados a la navegación consagrando el monopolio portuario de Buenos Aires, el país importaba trigo y harina de Chile y los Estados Unidos, el azúcar de Brasil o Cuba y el vino de Europa. La Ley de Aduanas de 1835 había servido para proteger en parte al artesanado de la ciudad de Buenos Aires. En el interior había una economía de subsistencia, donde los costos del transporte terrestre y las aduanas interprovinciales encarecían los productos e impedían el desarrollo de agroindustrias como la vitivinícola en Cuyo o la azucarera en el Norte. 
En algunas provincias solamente el 2% de la población sabía leer y escribir, casi nadie tenía estudios medios y no había ningún universitario. En la provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas suprimió toda partida presupuestaria a la educación y la Universidad debía mantenerse con el aporte de sus alumnos. A la tradicional exportación de cueros se había agregado la del tasajo, actividad que toma desarrollo a principios de ese siglo y que tuviera en Rosas a uno de sus impulsores. Las mejoras en los rebaños ovinos, a partir de la introducción por Rivadavia de ejemplares de origen británico, abren nuevas perspectivas, sobre todo en Entre Ríos. 
Con posterioridad a Caseros y antes de la revolución agrícola de las pampas y de la industria frigorífica, la lana tendrá una importancia en el crecimiento argentino equivalente a la soja en estos tiempos. La provincia de Entre Ríos estimula, en la gobernación de Urquiza, un gran impulso a la ganadería lanar, coincidiendo con la expansión de la industria textil inglesa. La provincia mesopotámica se convierte en la segunda en importancia en el país y su gobernante, además de ser un militar, es un empresario exitoso que vislumbra las oportunidades que se brindan a esta parte del mundo gracias a la Revolución Industrial. 
Las bases de todo proceso de modernización y desarrollo requieren un sistema institucional que asegure los derechos de propiedad y la libertad para producir y comerciar, la unidad del mercado interno eliminando barreras y aduanas interiores, la construcción de un sistema de transporte eficiente y barato. El desarrollo agrícola y la promoción de producciones que generen ingresos externos son decisivos, junto con el impulso a la educación pública. Con esas bases se genera el círculo virtuoso que lleva a la industrialización, la primera es la de las materias primas de origen agroganadero hasta alcanzar actividades más complejas. 
Esto se consigue a partir de Caseros. En 1850 la provincia de Buenos Aires comerciaba con el exterior por veinte millones de pesos anuales, con saldo negativo. El Norte, que según el mito revisionista se recuperaba gracias a Rosas, comerciaba con Bolivia por doscientos mil pesos anuales. En el caso de Mendoza, hasta la llegada del ferrocarril el ingreso más importante era la exportación a Chile de ganado en pie, unos cuarenta mi vacunos al año. Un país con una economía pastoril, sin educación primaria, sin colegios secundarios en casi todas las provincias, sin ingenieros, ni técnicos, ni mano de obra especializada, ni capitales, fue la Argentina que lega Rosas a su vencedor. 
Los viajeros que recorren el país y quedan impactados por la enorme pobreza; tal vez no sepan que las guerras internas costaron cuarenta mil muertos. A partir del triunfo del caudillo entrerriano se sentarán las bases para el desarrollo argentino. La mejor demostración del éxito fue la decisión de millones de personas de cruzar en condiciones durísimas el Atlántico para construir un país que en el Centenario podía decir que era exitoso. Porque hasta los problemas de hace cien años eran los de toda sociedad moderna y no cuestiones propias del primitivismo, como soportaron nuestros hermanos del subcontinente.Mientras Rosas dejaba sin recursos a la educación, Urquiza fundaba -antes de Caseros- el Colegio de la Concepción del Uruguay y becaba a jóvenes del interior para que estudiaran allí. Está clara la diferencia.



* Los Andes, Mendoza, 2-II-2012.
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