lunes, 24 de diciembre de 2012

EMILIO HARDOY: LA ESTIRPE DE UN CONSERVADOR

Emilio Hardoy.



Por José Claudio Escribano                 



En 2007 se cumplen quince años de la muerte de Emilio Hardoy. Nadie como él encarnó en su época el carácter de un político conservador. En las líneas que siguen, preparadas para el prólogo de un libro de homenaje de sus amigos, procuraré describir el perfil de quien se atuvo a una máxima inscripta desde antiguo en Bodleian, la biblioteca de Oxford: Estudia como si fueras a vivir eternamente y vive como si fueras a morir mañana. Hombre de inmensas lecturas, ciudadano de interminables tertulias. Traté a Hardoy, por primera vez, tras la caída del presidente Perón. Era comienzos de 1956. Por aquel entonces, los políticos conservadores se debatían entre, por un lado, continuar una política de rotundo antagonismo hacia el fenómeno peronista de masas añorantes del jefe depuesto, o, por otro, acompañar la prédica de un “conservadorismo popular”, más conciliador con el movimiento político derrotado en campos de batalla militar. Asumía la dirección de esta última línea Vicente Solano Lima, quien terminaría acompañando al doctor Héctor J. Cámpora como vicepresidente de la Nación en el gobierno de corta existencia de 1973. Había para Hardoy algo de excitante, de seducción misteriosa en el rumor de multitudes. Y, en los inacabables monólogos introspectivos del hombre pensante, eso había competido, en los años cuarenta y cincuenta, con la decisión, no menos resuelta, de luchar y poner en riesgo hasta la libertad y la vida por las libertades públicas y los derechos y garantías del individuo agraviados por el régimen que aquellas mismas multitudes prohijaban.          
Nada era ajeno en su corazón a los fenómenos más populares y, sin embargo, estaba en todo tiempo alistado para combatir en nombre y representación -¡ay!- de minorías recalcitrantes. En 1991, poco antes de su muerte, reconoció en un discurso la condición minoritaria del conservadorismo y dijo ilusionarse con la posibilidad de que esa fuerza creciera en el futuro “por poseer principios de respeto, flexibilidad en el trato con sus opositores, creer más en la evolución que en las revoluciones y respetar siempre la seguridad jurídica y los derechos humanos”. Aquella dualidad simultáneamente inclusiva de un interés por lo colectivo y por lo individual completa la fisonomía política esencial de Hardoy y explica, también, que alguna vez expresara: “Donde hay un hombre libre que tenga, además, conciencia de sus obligaciones sociales, hay un conservador”.      

Sentido del deber

Había comenzado temprano la trayectoria política que compartió con el ejercicio de la abogacía y el periodismo, en el que descolló como jefe de Editoriales de La Prensa. Era un joven sin la edad suficiente establecida por la Constitución Nacional, cuando decidió pugnar por una banca en la Cámara de Diputados de la Nación. Resultó elegido, pero tuvo que armarse de paciencia. El cuerpo aplazó la aprobación del diploma hasta que cumplió 25 años, en 1936. El más importante de sus libros se titula Defensa de la responsabilidad. Nombre apropiado para un texto de quien decía que “el rasgo principal del espíritu conservador viene a ser el sentido de la responsabilidad”. Esa percepción del deber antes que de la sensualidad llamada al aplauso y al reconocimiento público le impediría, después de caído Perón, acercarse, con el entusiasmo de otros dirigentes conservadores, al movimiento político privado de su líder. Perón estaba desde 1955 en el exilio -apañado de modo sucesivo por regímenes de derecha variopinta y sin excepciones extrema, desde Stroessner al generalísimo Franco-, pero no por eso sumido en la inacción. En 1957, en Santa Fe, trabé con Hardoy relación diaria. Fue en la convención constituyente convocada por el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu. Se cumplirán en septiembre cincuenta años de ese cuerpo que contó, como el que más dentro de las experiencias legislativas argentinas del siglo XX, con individualidades de alta categoría política. Allí estaban los hermanos Ghioldi, Américo (socialista) y Rodolfo (comunista); Horacio Thedy, Luciano Molinas y Camilo Muniagurria (demócratas progresistas); Alfredo Palacios y Nicolás Repetto (socialistas); José Antonio Allende (demócrata cristiano), y un conjunto de políticos agrupados en lo que por primera vez se denominó “Bloque de Centro”. Entre ellos, además, de Hardoy, Pablo González Bergez, Emilio Jofré, Adolfo Vicchi, Guillermo Belgrano Rawson, Reynaldo Pastor y dos cordobeses de vena desopilante: José Aguirre Cámara y José Antonio Mercado. Recuerdo que una mañana concurrí a la sala que servía de biblioteca ad hoc de la convención. Observé allí cómo Hardoy componía, con llamativa velocidad, sin mirar el teclado de la máquina de escribir frente a la cual estaba sentado, la traducción al español de un texto jurídico en inglés. Luego supe que dominaba aún con más facilidad el alemán, que había aprendido de chico en el colegio Cangallo Schule. La convención de Santa Fe había nacido mal. Por una derivación perversa del sistema de representación proporcional D Hont, la Unión Cívica Radical Intransigente, del doctor Arturo Frondizi, había obtenido 79 bancas, contra 77 de la Unión Cívica Radical del Pueblo, que la había superado, sin embargo, por unos 150.000 votos. El quórum de la convención trastabilló desde la primera sesión. La tarde inaugural, después de impugnar la convocatoria dispuesta por el gobierno de facto, el bloque de la UCRI, presidido por el doctor Oscar Alende, se retiró definitivamente del recinto. A lo largo de veinte sesiones los convencionales manifestaron, como con acierto diría Hardoy más tarde, una verdadera “obsesión por el micrófono”. Tal vez la debilidad verborrágica, sobre la que no exageró nada, haya sido catarsis de la década precedente de silencio y mordazas. Por casi diez años la oposición al peronismo tuvo prohibido el micrófono en las radios. En 1955, después de los bombardeos de junio sobre la Casa Rosada, se hicieron tres excepciones, que fueron interpretadas como síntoma posible de un cambio de rumbo en el gobierno. La ilusión duró poco. Se permitió hablar, con días de diferencia, a los doctores Arturo Frondizi, Luciano Molinas y Vicente Solano Lima. Leyeron sus mensajes, pero con previo conocimiento por parte de las autoridades de los textos preparados. Lo que se había abierto con esperanzados aires de pacificación concluyó, como se sabe, con el discurso amenazante de Perón, del 31 de agosto siguiente, y la advertencia siniestra: “Por cada uno de nosotros que caiga, caerán cinco de ellos”.  
En más de una oportunidad discutimos con Hardoy el curioso destino de aquella convención conformada por tantos hombres valiosos, pero inorgánica y deficiente. Una réplica exacta, acaso, de esa Argentina de todos los días, con recursos humanos individuales de llamativa creatividad, pero en el fondo actores desaprovechados de una sociedad desarticulada, imprevisible. Aquella convención cumplió, después de todo, la misión primaria para la cual había sido convocada, que era elevar el rango jerárquico de la abrogación de las reformas de 1949. Aramburu había anunciado, en un discurso conocido como Proclama de Paraná, del 27 de abril de 1956, que quedaban sin vigencia las controvertidas modificaciones de 1949 a la Constitución Nacional. Por más de un año la Proclama no había tenido otro soporte legal que el de un decreto. Hardoy contribuyó, con la mayoría de sus compañeros de bloque, a asestar el golpe final a la convención de 1957. Esta se prolongó por más de dos meses. Ratificó no sólo la vigencia de la Constitución de 1857/60; sancionó, además, el artículo 14 bis, de derechos sociales, y facultó al Congreso de la Nación a dictar los códigos del Trabajo y Seguridad Social. Si Hardoy estuvo a la cabeza de quienes se retiraron intempestivamente de aquella convención y resultó ser, por añadidura, uno de los protagonistas de la ruptura del Bloque Centro, fue por su acendrada condición conservadora. Por contraste, cuatro convencionales de su bloque optaron, en nombre de consignas liberales, por permanecer en el recinto. Todavía por aquellos años el liberalismo expresaba, en la nomenclatura política argentina, algo menos estrecho que un compromiso dogmático con la libertad de mercados, pero más amplio y más próximo a las tendencias progresistas que se vinculaban en el pasado con Mayo, con Caseros y habían sido defensoras de la República Española. Se quedaron González Bergez (Buenos Aires), Belgrano Rawson (San Luis) y Aguirre Cámara y Mercado (ambos cordobeses). “Nos fuimos de la convención -dijo Hardoy- para no convalidar con nuestra presencia algunos de los proyectos de estatización de la economía, de reforma agraria o de privación para las provincias de sus riquezas naturales que abundaban en la Comisión Reformadora de la convención”. Poco después de que los conservadores abandonaran Santa Fe, la convención se desplomó con el concurso de los radicales que respondían al ex gobernador de Córdoba Amadeo Sabbatini.      


El coraje de pedir perdón    

Emilio Hardoy había nacido en 1911 en la Capital Federal. Por años de afincamiento se sentía vecino de Lomas de Zamora y de Adrogué. El primer Hardoy en llegar a estas tierras había sido un vasco francés. El padre había sido amigo de Hipólito Yrigoyen, a quien el inolvidable “Coco” convocaba en los recuerdos por el apelativo de “El Peludo”. A no ser por las dos veces que fue, siendo muy joven, comisionado municipal de Saladillo y San Martín, Hardoy estuvo apartado de los cargos administrativos. Fue lector voraz, sobre todo de temas históricos y, en particular, del género biográfico, por el que transitó su pluma privilegiada. Abordó, entre otras, las vidas de Adolfo Alsina, Carlos Pellegrini, Rodolfo Moreno -caudillo bonaerense a cuya esfera de atracción perteneció-, Trotski, Palmerston, Spengler, Einstein. “Las auténticas memorias -observó- siempre tienen como sustrato a la acción. Las meditaciones filosóficas, las hipótesis científicas, las ideas puras, no pueden trasvasarse al odre de las memorias, que necesariamente hay que llenar con hechos y conflictos de los que derivó el curso de los acontecimientos: la teoría de Einstein sólo fue historia cuando se convirtió en bomba atómica”.               
Hardoy tenía coraje suficiente para contradecir, sin temor al escándalo o la maledicencia, el hábito complaciente de afirmar, sin reservas, que “el pueblo nunca se equivoca”. “Claro que se equivoca”, afirmaba dentro de la línea argumental en la cual podemos decir que todos, absolutamente todos, nos equivocamos, y caemos en el error innumerables veces, porque la imperfección se atenúa o se agrava con los años según los casos, pero nunca desaparece. Es congénita a la naturaleza humana. Era, pues, el hombre indicado para pedir perdón histórico, en nombre del conservadorismo argentino, por los fraudes electorales cometidos entre 1930 y la revolución de 1943. En 1992, poco antes de su muerte, invitado a participar de un acto en recordación de Marcelo T. de Alvear, se hizo cargo del agravio que había cerrado, en las elecciones nacionales de septiembre de 1937, el paso al poder a quien ya había prestado valiosos servicios a la República, en la década del veinte, como presidente de la Nación. “Ese fraude electoral -reconoció- fue un acto de locura y, más que eso, un crimen político que pagamos allanando el camino al advenimiento de la dictadura totalitaria”. Fue más allá todavía. “La patria -dijo- no perdonará el crimen político de los conservadores ni la dictadura de Perón ni el asalto de los centuriones al poder ni tampoco los errores y fracasos de los gobiernos radicales. Todos tenemos que confesar nuestras culpas”. En El racionalismo en la política, de Michael Oakesshott, se halla un retrato clásico del político conservador. Se diría que fue hecho a medida de Hardoy: “Ser conservador -escribió el pensador británico- es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo efectivo a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo excesivo, lo conveniente a lo perfecto, la risa presente a la felicidad utópica”. Lo indignaba oír hablar de una supuesta ideología conservadora. El conservadorismo es pragmatismo puro, reconvenía Hardoy, pragmatismo asentado sobre dos o tres grandes principios fundadores y que actúa con la voluntad de ser factor de equilibrio social, de culto de la tradición, de estímulo a la iniciativa privada y a la creación de riqueza al servicio de la prosperidad general. Lejos estaba, pues, de las ideologías, esas asociaciones de creencias muchas veces fortificadas, se ha hecho notar, en la petulancia de quienes las imaginan.             



Fuente:

http://www.lanacion.com.ar/873183-emilio-hardoy-la-estirpe-de-un-conservador

miércoles, 12 de diciembre de 2012

SEMBLANZA DE DON RODOLFO MORENO

Rodolfo Moreno.





Por Lucio Pérez Calvo y Sebastián María Steverlynck
     

     Pocas figuras del quehacer político nacional han tenido la integridad moral y formación intelectual que tuvo el doctor y catedrático don Rodolfo Moreno, quien fue el último gobernador conservador de la provincia de Buenos Aires, en la década de 1940, partido político otrora poderoso y del que hoy sólo existen unos cuarenta comités en toda la Provincia, incluyendo su histórico bastión del partido bonaerense de Lobos.
     El doctor Rodolfo Moreno nació en Buenos Aires, el 20 de marzo de 1879, y fue bautizado el 4 de octubre de ese año, en la iglesia de San Nicolás de Bari. Fue su padre Rodolfo Moreno Montes de Oca, nacido en Santiago de Chile (aunque argentino por opción), el 26 de mayo de 1852; ingeniero civil por la Universidad de Buenos Aires, ejerció, durante años, como catedrático titular de matemáticas superiores en la facultad de Ingeniería, así como de álgebra y cálculo diferencial e integral en la universidad de La Plata, donde fue decano de dicha facultad.
     Como ingeniero, Moreno Montes de Oca mensuró campos en los antiguos territorios nacionales y realizó importantes obras, como el puente sobre el río Luján que fue reemplazado en 1935 y que llevó su nombre; fue director de los ferrocarriles de la provincia de Buenos Aires, diputado en la Legislatura provincial de 1883 a 1891, presidente de la Cámara de Diputados en 1888, y ministro de Hacienda y de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires, durante la gobernación de Costa. Falleció en Buenos Aires, el 18 de marzo de 1929. 
     Y su madre fue Rosalina da Rocha Miró, nacida en Río de Janeiro, Brasil, el 5 de octubre de 1856 (hija de Joaquín Pedro da Rocha da Cunha, nativo de Río de Janeiro, cónsul general del Brasil en Buenos Aires, y de Rosa Amelia Miró de Freitas, también brasileña), y fallecida en Buenos Aires, el 7 de agosto de 1956. Los padres de Moreno se casaron en la ciudad capital argentina, el 28 de julio de 1877.
     Rodolfo Moreno (hijo) se educó en Buenos Aires y, terminados sus estudios secundarios, egresó como abogado de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en el año 1900, obteniendo ese mismo año el doctorado en jurisprudencia por la misma casa de altos estudios, con una tesis titulada "Proteccionismo industrial" . Ejerció muchos años como profesor de literatura en el colegio Nacional de La Plata, siendo más tarde profesor titular de derecho civil en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, miembro del Consejo Académico y secretario de la misma facultad y profesor titular de derecho penal en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue miembro, también, de la Academia de Derecho y Ciencias Sociales, entre otras instituciones académicas de las que formó parte.
     Incorporado al mítico partido Conservador de la provincia de Buenos Aires, tuvo una actividad política brillante, siendo electo diputado nacional por dicha provincia durante cuatro períodos consecutivos; fue ministro de Obras Públicas bonaerense en 1913-1914, ministro de Gobierno en 1914 y 1934, secretario de la Procuración General de la Suprema Corte provincial y representante letrado de la Provincia en la Capital Federal.
     En 1931, fue designado ministro interino de Hacienda, para ser, luego, presidente de la comisión de Reforma Constitucional de la Convención Constituyente de la Provincia (1934), y presidente de la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensiones Civiles (1935-1938). Posteriormente, aceptó el cargo diplomático de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Japón, donde estuvo destinado en 1939-1940, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial.
     Vuelto a la Argentina, fue electo, en 1941, gobernador de la provincia de Buenos Aires, cargo que ejerció hasta 1943, destituido por el golpe militar de ese año. Como gobernador, fue promotor de numerosas obras públicas de importancia; entre ellas, la ejecución de un plan completo de construcciones carcelarias, designando a Roberto Noble, futuro fundador del diario "Clarín", como ministro de Gobierno. 
     Paralelamente a su actividad política, fue un destacado académico y publicista, por cuyas obras fue incorporado como miembro por la Academia de Ciencias Sociales y Políticas de Filadelfia y la Academia de la Historia de Illinois, ambas de los Estados Unidos. Entre sus libros, se encuentran El problema penal, La ley penal argentina, Enfermedades de la política, La ley de seguridad social, El derecho de la mujer, Los tribunales de la costa sud, La cuestión democrática, y El Código Penal y sus antecedentes (7 tomos). 
     Si bien todas sus obras son destacables, merece un capítulo aparte El problema penal , que data de 1933, en la que enumera las problemáticas delictuales de su tiempo, que son de novedosa actualidad, las que emanan, según su criterio, de "los focos de mala vida", explayándose sobre ciertos criterios de los criminales y sus organizaciones, contra quienes, dice, debe existir una defensa constante y enérgica, enumerando entre los elementos tolerados, consentidos o estimulados los "guapos de profesión, los batidores, la trata de blancas y jugadores de oficio".
     En ese mismo libro, traducido a varios idiomas, afirma que, para poder destruir las organizaciones criminales y producir el saneamiento social de sus miembros, es necesario chocar con muchos intereses creados, pero la nobleza y utilidad de su propósito justifica el empleo de toda la energía precisa para atacar el mal en sus raíces: "no se podrá intentar con éxito la defensa completa de la sociedad mientras no se extirpen los focos verdaderos de la enfermedad".
     Otro comentario que resulta de interés lo da sobre los profesionales de la política: "debido a la incultura de malas prácticas, el matón profesional suele jugar un rol importante en los partidos políticos que disputan el predominio electoral; este guapo de comité es un sujeto que no trabaja, no sabe hacerlo, no tiene profesión, y vive acompañando a los caudillos". Personajes que, lamentablemente, siguen existiendo en la actualidad (denominados "punteros") y continúan proyectando fechorías a sus adversarios y gozando de completa inmunidad.
     Otro tipo delictual analizado en su obra es el "batidor", como se denominaba al sujeto que delataba ante funcionarios policiales a sus compañeros de actividades ilegales, así la policía, por medio de sus confidentes, monitoreaba los movimientos de individuos a quienes se sindicaba como peligrosos. Moreno lo reprueba como procedimiento de custodia social, ya que "este contacto fraterno de la policía con los exponentes de mala vida es más probable que pervierta a los primeros que reforme a los segundos".
     Y también se adelanta con la llamada "trata de blancas", hoy denominada prostitución, en cuanto considera que constituyen un peligro social las organizaciones dedicadas a ello, no sólo como una "lacra", sino como una incubadora para toda clase de delitos que siempre se hallan presentes en los episodios de bajo fondo.
     Don Rodolfo Moreno falleció en Buenos Aires, el 20 de noviembre de 1953. Había estado casado con Emilda Flores Levalle, con quien no tuvo hijos.

Fuente:


sábado, 17 de noviembre de 2012

ARTURO JAURETCHE Y EL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTORICAS JUAN MANUEL DE ROSAS



Arturo Jauretche en la apertura de la Sucursal Merlo del Banco Provincia.


Por Sandro  Olaza Pallero



Arturo Martín Jauretche, abogado, escritor y militante del revisionismo histórico, nació en Lincoln (Buenos Aires) el 13 de noviembre de 1901 y falleció en Buenos Aires el 25 de mayo de 1974.
En 1924 inició sus estudios de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, donde formó parte del Centro de Estudiantes y en 1932 se graduó de abogado.
Fue miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas en las décadas de 1950 y 1960. Ocupó el cargo de vocal y brindó innumerables conferencias en la sede de dicha institución y de filiales y centros rosistas del interior: El derecho público en la vida del pueblo y en la doctrina (1964) y ¿Será un don de Familia? (1969).
La conferencia dada por Jauretche el día 20 de agosto de 1959 en el local del Instituto Juan Manuel de Rosas fue comentada en su Revista (1960): “El jueves 20 del mismo mes un viejo luchador don Arturo Jauretche se refirió ante un público que colmaba la capacidad del local y rebasaba a otras dependencias y a la calle, al tema La Falsificación de la Historia, base de la Política Antinacional. Señaló la necesidad de la Oligarquía Antinacional de fundar su política contraria a los intereses del país en una historia falseada y sin atributos emocionales. Refirióse a la importancia de la labor que desarrolla el Instituto Juan Manuel de Rosas en el esclarecimiento de la verdad histórica y la necesidad de difundir esa verdad histórica por todo el ámbito de la Patria. Su disertación fue ruidosamente aplaudida en varios de sus pasajes y a su término el orador, ovacionado, fue objeto de numerosas  demostraciones de afecto por parte de los asistentes”.
En la comida de camaradería del Instituto Rosas realizada el 15 de septiembre del mismo año, donde se conmemoraba el 21º aniversario de su creación, ante una concurrencia de 1.500 asistentes, el vicepresidente Alberto Contreras se refirió a la obra de los ex presidentes y distinguió a varios socios entre ellos Oscar Suárez Caviglia, Ernesto Palacio, Juan Oscar Ponferrada, Leonardo Castellani, Ignacio B. Anzoátegui, Ricardo Caballero, Alfredo y Jorge Ortiz de Rozas, Diego Luis Molinari, Raúl Roux, Raúl de Labougle y Arturo Jauretche.
El 7 de octubre, Jauretche también se refería al tema mencionado precedentemente en la localidad de Junín, en un acto organizado por la Comisión provisoria de la filial del Instituto Juan Manuel de Rosas de dicha localidad llamado “Fuerte Federación”. Este evento se llevó a cabo en el local de la Unión Obrera Metalúrgica: “ante una concurrencia de obreros, estudiantes, profesionales, dirigentes políticos y gremiales y mujeres. El Dr. Jauretche hizo un análisis de cómo las fuerzas de la antinación necesitan de una historia falsificada para fundamentar su política a espaldas de las necesidades del país. Muy aplaudido por la concurrencia, el Dr. Jauretche fue objeto de varios agasajos antes de su vuelta a la capital”.
Jauretche en su Política nacional y revisionismo, en base a los apuntes de las conferencias mencionadas anteriormente, destacaba la falsificación de la historia y el papel de los historiadores revisionistas, quienes con una nueva mentalidad impulsarían la recuperación de los valores tradicionales que el liberalismo había intentado destruir:
       “Los historiadores revisionistas tuvieron que unir su capacidad investigadora para penetrar en la oscuridad y ocultación organizadas, una gran conducta, porque debieron afrontar el sistema de la intelligentzia que así premia con el prestigio y la difusión a los serviles de la falsificación, castiga con el anonimato o la injuria al verdadero historiador…Para perjudicar a Perón lo identificaron con Rosas. Y Rosas salió beneficiado en la comprensión popular. Caseros se identificó con septiembre de 1955 y los vencedores con los gorilas…La historia falsificada fue iniciada por combatientes que, en el mejor de los casos, no expresaron el pensamiento profundo del país; por minorías que la realidad de su momento rechazaba de su seno y que precisamente las rechazaba por su afán de imponer instituciones, modo y esquemas de importación, hijos de una concepción teórica de la sociedad en que la que pesaba más el brillo deslumbrante de las ideas que los datos de la realidad; combatientes a quienes posiblemente la pasión y las reacciones personales terminaron por hacer olvidar los límites impuestos por el patriotismo para subordinarlos a intereses foráneos que, estos sí, tenían conciencia plena de los fines concretos que perseguían entre la ofuscación intelectual de sus aliados nativos”.

Bibliografía:

Chávez, Fermín, Alpargatas y libros. Diccionario de Peronistas de la Cultura, Theoría, Buenos Aires, 2003, I.
Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nº 20, 1959.
Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nº 21, Primer trimestre 1960.
Jauretche, Arturo, “El derecho público en la vida del pueblo y en la doctrina, en Revisión nº 12, Diciembre de 1964.
Jauretche, Arturo, “¿Será un don de Familia?”, en Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas nº 7, Octubre-Noviembre de 1969.

sábado, 10 de noviembre de 2012

MALVINAS: LA GUERRA Y LA POST GUERRA: LA DESMALVINIZACIÓN

José Hernández.



Por Francisco José Pestanha*



       Deseo expresar ante todo un profundo agradecimiento embajador Carlos Piñeiro Iñiguez por la invitación cursada, al veterano de guerra César Trejo y congratularme además con las autoridades del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), por incorporar a este ciclo la cuestión Malvinas.

Constituye un especial privilegio para quien les habla la oportunidad de dirigirme a las mujeres y a los hombres sobre quienes -en un futuro no muy lejano- recaerá la responsabilidad de establecer las bases, construir las relaciones, diseñar las estrategias y determinar los fundamentos de una Argentina, que en pocas décadas, se consolidará como estado “bicontinental” antártico-americano, y  cuya superficie marítima abarcará más del 50 por ciento de su territorio. Asimismo manifiesto públicamente el regocijo que me provoca  compartir ambas jornadas con futuros diplomáticos de otros países iberoamericanos -quienes anhelo- acompañen esta aspiración argentina, ya que la transformación geopolítica de nuestro país redundará en beneficio de la región en su conjunto.
    
Reflexionaremos en ambos encuentros sobre algunos aspectos vinculados a lo que denominamos “Causa Malvinas”, tópico medular si los hay en materia de relaciones exteriores para nuestro país. Ambas disertaciones estarán acompañadas con la proyección del documental “Malvinas: Viajes del Bicentenario”, producido por la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, y dirigido por el prestigioso documentalista Julio Cardoso.
      
A modo de advertencia preliminar, corresponde precisarles que todas y cada una de las reflexiones de las que daré cuenta a continuación, se enmarcan en una modalidad epistemológica que autores como el escritor y pensador argentino Fermín Chávez han denominado como “Pensamiento Nacional”, modalidad que a su saber constituye toda una “epistemología de la periferia” y que ya posee más de 150 años de tradición en nuestro país.

Hago mención a tal circunstancia, ya que bajo ningún concepto aspiro a que mis expresiones sean entendidas como emanadas desde un  “Olimpo de objetividad”. Tal hecho para nosotros constituye un “imposible teórico” en virtud de que, en cierto sentido, todos los seres humanos de alguna forma somos  “prisioneros de nuestra propia subjetividad”. Mientras mi propia subjetividad está en juego al dirigirme a ustedes, intentaré que la honestidad se constituya en norte de mis reflexiones y mis afirmaciones.
          
Como he sostenido en alguna oportunidad, la modalidad del pensar a la que adherimos nos enseña, entre otras tantas cuestiones, que “los pueblos que han sido sujetos a total o parcialmente a improntas coloniales, suelen generar en forma natural sus propios modos o mecanismos de resistencia entre los cuales podemos encontrar:

I)       La cultura popular.

II)      La puesta en práctica de modalidades epistemológicas alternativas como el caso propio del “Pensamiento Nacional”.

III)  Las causas con un nítido sentido unitivo o causas unitivas o  nacionales, las que por su contenido identitario,  por su poder convocante o, por su significación histórica, contribuyen a la autoafirmación con respecto a un otro.

En este último tópico incluimos la causa Malvinas que hoy nos convoca.
        
En orden a lo expresado precedentemente, las conclusiones, que expondré a continuación reflejan el producto de arduas jornadas de labor reflexiva, y constituyen una de las tantas miradas que recaen sobre el conflicto acontecido en 1982. No pretendo entonces presentar aquí “verdades absolutas” sino dar cuenta de algunos aspectos que componen una particular visión sobre la guerra y la post guerra y sus consecuencias. Quedará para cada uno de ustedes, de acuerdo a su sano criterio, el desafío de procesar lo que aquí se relate, y en su caso, extraer alguna conclusión al respecto. 
       
Como me han señalado los responsables académicos del Instituto, en el marco de este seminario se han tratado aspectos históricos, jurídicos y diplomáticos vinculados a la cuestión Malvinas. Por tal motivo me limitaré a referenciar aquellos hitos de las relaciones argentino-británicas que para nosotros acreditan fehacientemente que el Reino Unido de la Gran Bretaña, por diferentes razones históricas políticas, económicas y geopolíticas, ha demostrado poseer “intereses permanentes en la región”, y que tales intereses, se han ido  exteriorizado durante un considerable lapso de tiempo a través acciones de índole militar unas veces, y otras, mediante sutiles acciones diplomáticas y operaciones de índole económico y financiero. Legendarios textos de Raúl Scalabrini Ortiz, Julio y Rodolfo Irazusta, José Luis Muñoz Azpiri y José Luis Torres, se instituyen en referencias bibliográficas necesarias, y los de Enrique Oliva, José Luis Muñoz Azpiri (h) entre otros tantos, nos entregan visiones actuales para reforzar tal hipótesis.

Constituyen para nosotros datos históricos plenamente acreditados que cuanto menos a partir del año 1765, los británicos comenzaron a incursionar en la región sur continental, y que en el marco de tales irrupciones, se incluyeron estudios geológicos, cartográficos, biológicos, antropológicos, etc., es decir una verdadera labor de “inteligencia”.

Es otro dato indubitable que en 1833 ocuparon por la fuerza el archipiélago y que además, las acciones militares de los ingleses no se circunscribieron a aquel episodio ni a esa particular región del país, sino que tal ocupación estuvo precedida –en lo que constituye nuestra actual geografía- por dos intervenciones militares (invasiones) en 1806 y 1807, y posteriormente, entre 1845 y 1850, junto a los franceses en un bloqueo que intentó violentar nuestra soberanía a través de una ilegítima incursión nuestros ríos interiores.

Entre otros hitos para comprender integralmente la magnitud de tales relaciones, podemos enunciar el pacto suscripto con la Baring Brothers en 1824, la consolidación a partir de 1860 del Reino Unido como principal comparador de materias primas argentinas (estableciéndose así un sistema semicolonial), circunstancia ratificada en medio de la crisis de 1930 a partir de la suscripción 1833 del ignominioso pacto Roca Runciman. Presupongo que ustedes, todos profesionales, conocen estas circunstancias con precisión por cuanto me limito aquí sólo a lo mencionarlas.  

Tomando en consideración lo expuesto nos inclinamos a sostener que toda la historia de las relaciones bilaterales entre ambas naciones se operó en un marco de alternancia entre operaciones de inteligencia, conflictos militares y acuerdos diplomáticos y económico-financieros, dejando especialmente la incógnita para futuros historiadores y por qué no para futuros diplomáticos, el abordaje de las circunstancias que fundamentaron la suscripción de los tratados de Madrid y Londres de 1989 y 1990 y sus efectivas consecuencias en el posterior devenir del país. El estudio de tales acuerdos, es probable, pueda despejarles algunas  dudas respecto a las circunstancias por las que atravesó el país durante la década 1999-2001. Eso sí, les anticipo que deberán sortear bastantes escollos, algunos vinculados al secreto de Estado.
         
Mediante esta apretadísima síntesis, he intentado dar cuenta de que, para a nuestro modo de observar los acontecimientos históricos, las relaciones bilaterales entre ambos estados se extienden hacia el pasado como un proceso que merece abordarse en su integridad, y que, tales relaciones, pueden perfectamente caracterizarse como “desiguales” en razón de haberse instituido entre una potencia que  otrora constituyó un poderoso imperio y un país considerado “periférico”. A esta altura sólo la necedad puede negar el hecho concreto y específico de la existencia de un orden internacional caracterizado por relaciones desiguales del poder, circunstancia perfectamente aplicable a nuestra relación con los británicos.
        
          A partir de las consideraciones precedentes e involucrándonos específicamente en la cuestión que atañe a estos encuentros, sostenemos como primera conclusión que bajo ningún concepto  el acontecimiento bélico operado a mediados de 1982  puede ser abordado y analizado por fuera de la historia de las relaciones desiguales de poder existentes entre Gran Bretaña y la Argentina. El conflicto armado constituye un episodio más en la historia de las relaciones entre ambos estados. Les aclaro que recurro al concepto de desigualdad para dar cuenta de que las mismas nunca fueron encuadradas en un marco de reciprocidad mutua, y menos aún de igualdad.

Para el Pensamiento Nacional la cuestión Malvinas constituye un aspecto central y en ese orden de ideas, bien vale recordar aquella advertencia formulada por José Hernández en un artículo publicado en El Río de la Plata en el mes de noviembre de 1869. Pertinente resulta enunciar que, si bien Hernández es conocido popularmente como el “poeta” autor del “Martín Fierro”, nos encontramos ciertamente ante un “hombre político” que dedicó parte sustancial de su existencia a la lucha,  participando activamente en acciones que abarcan desde su integración a las huestes del caudillo entrerriano Ricardo López Jordán, hasta su desempeño como Ministro de Hacienda en la Provincia de Corrientes y como legislador en la Provincia de Buenos Aires.
     
A tal fin, voy a tomarme la licencia de leer textualmente un fragmento de ese artículo, rogándoles presten especial atención a los dos últimos párrafos del mismo.
     
Opinaba en aquel tiempo Hernández:

“… Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne. La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural.

Los  pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación. El precedente de injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación?
            El pueblo comprende o siente esas verdades, y su inquietud es la intranquilidad de todos los pueblos que la historia señala como víctimas de iguales atentados. Allí donde ha habido un desconocimiento de la integridad territorial, hemos presenciado siempre los esfuerzos del pueblo damnificado por llegar a la reconquista del territorio usurpado…”
     
Si bien los párrafos que acabo de leer en su versión original aparecen incluso en un artículo periodístico, el texto constituye una de las primeras reclamaciones de carácter político vinculadas a la usurpación británica de nuestras Islas, y digo político, ya que emana de la pluma de un hombre que, como ya indicamos, consagró su vida a ese quehacer. 

Habiéndoles advertido que la cuestión Malvinas ya en tiempos de Hernández era objeto del pensar de uno de nuestros autores más distinguidos, analizaré, desde esta particular perspectiva, alguna de las circunstancias más atrayentes de la posguerra de 1982.
     
Especial interés revista para el Pensamiento Nacional la aparición, a partir del cese de hostilidades operado el 14 de junio de 1982, de un componente que parte de la literatura política ha denominado “desmalvinización”. Cuando nos referimos a la desmalvinización, hacemos alusión  a un dispositivo que, como enseña Gustavo Cangiano,  estuvo orientado a deshistorizar la guerra “…hasta degradarla al nivel de un capricho de un puñado de oficiales, a quienes se presentó movidos por una enfermiza sed de poder y de gloria”. Para este autor, deliberadamente “se desligó el conflicto de una reivindicación nacional histórica de 150 años contra una de las potencias coloniales más crueles y agresivas de los últimos 3 siglos”.

Algunos autores atribuyen al intelectual francés Alain Rouquié la conceptualización de tal dispositivo a partir de opiniones y recomendaciones vertidas por este autor en una entrevista efectuada por Osvaldo Soriano para la revista Humor, creo, en su edición número 101 de marzo de 1983. Allí el entrevistado sostuvo:
“Quienes no quieren que las Fuerzas Armadas vuelvan al poder, tienen que dedicarse a ‘desmalvinizar’ la vida argentina. Eso es muy importante: desmalvinizar. Porque para los militares las Malvinas serán siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función y, un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la ‘guerra sucia’ contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional [...] Malvinizar la política argentina agregará otra bomba de tiempo en la casa Rosada”.


No obstante lo erróneo del diagnóstico de Rouquie, ya que concentró la cuestión Malvinas en lo castrense, ignorando la causa que persigue el pueblo en su conjunto, es de nuestra opinión que tal dispositivo (el de desmalvinización) fue concebido y puesto en marcha, inclusive días antes del cese de hostilidades, e impulsado ex profeso por la conducción cívico-militar y por las elites comprometidas con el régimen dictatorial de entonces.

Cuando enuncio el término elites, hago referencia aquella superestructura político-cultural, académica y mediática, enquistada en el poder de entonces, que intentó -por diversas razones y desde diferentes perspectivas ideológicas y conceptuales- deshistorizar,  obliterar y descontextualizar  toda referencia o  apelación al conflicto que no fuera funcional a esa estrategia desmalvinizadora. Lo expuesto no implica que en la concepción de este dispositivo haya existido alguna posible “participación” externa, pero nos inclinamos a pensar que el mismo encontró fundamento inicial en una reacción interna inducida por aquellos sectores económico-financieros que aspiraban al restablecimiento de status quo anterior al 2 de abril.  
       
En alguna oportunidad sostuve que la desmalvinización  no comenzó con las ideas de Rouquié. Las condiciones en las que regresaron nuestros soldados al continente dan cuenta de que este dispositivo fue puesto en marcha inmediatamente después del cese de las hostilidades y tal vez concebido e inducido tiempo antes. La idea de "desmalvinizar" giraba ya en las mentes del poder, y la opinión de un "prestigioso" intelectual europeo sólo sirvió para reforzar cierta argumental.
       
Si bien la desmalvinización constituyó un dispositivo emanado  desde la superestructura, su éxito relativo contó ciertamente con la apoyatura de algunos factores de índole sociológicos que nos comprenden e identifican como sociedad. Es evidente que nuestra comunidad no posee un “ethos” guerrero, y que la guerra en los términos en los que se produjo la de 1982, guardaba cierta relación de ajenidad con nosotros constituyendo, tanto sus circunstancias como sus consecuencias, hechos altamente traumáticos. Además la inédita ferocidad de la dictadura y necesidad de eyectarla del poder pusieron en segundo plano la cuestión reivindicativa y en primer plano la lucha por la recuperación institucional.   

Se coincida o no con aquellas postras que emplean  categorías de la psicología individual proyectándolas a las entidades sociales, es cierto que el sentido común nos indica que el dispositivo desmalvinizador en vez de contribuir con un adecuado procesamiento de la convulsión traumática generada por la guerra, ha dejado huellas profundamente negativas, ya que a través de una contradictoria apelación al olvido ha tendido un manto de opacidad sobre procesos y acontecimientos sociales altamente significativos para nuestro país, obstaculizando así un adecuado tránsito reconstructivo. En virtud del poco tiempo que resta, si a alguno de ustedes les interesa profundizar sobre este aspecto,  pueden fácilmente buscar en internet un texto que publiqué hace unos años bajo el titulo ¿Otra mirada sobre Malvinas?
       
La  desmalvinización constituyó, entonces, un dispositivo ejercido desde el poder con el objetivo de deshistorizar la guerra por las Malvinas eliminando del relato y del análisis todo vestigio del acontecimiento bélico que pudiera contribuir a fortalecer la causa histórica que representa nuestra reivindicación por las Islas.
      
Cabe ahora interrogarse respecto a ¿cuáles podrían constituir las razones para que este dispositivo fuera considerado y luego puesto en marcha?
       
I.- En primer lugar la derrota en el campo militar, a mi criterio, representó una razón de fundamento para ocultar lo acontecido en las Islas. La herida producida por el fracaso, sumada a la decadencia manifiesta por la que transitaba el régimen tirano de entonces, constituyeron per se las razones de peso para desmalvinizar. En cierto sentido la derrota militar fue una gran derrota política. 
       
II.- La necesidad de impulsar lenta y sistemáticamente el restablecimiento de las relaciones bilaterales entre ambos estados para luego sentar las bases para determinar las condiciones reales y efectivas del cese de hostilidades.
       
III.- La necesidad de restablecer el sistema de intereses económicos y financieros de los británicos en la región.
       
IV.- La necesidad de neutralizar un espíritu y la  conciencia nacional que había podido expresarse a partir del 2 de abril.

V.- La necesidad de impedir la rehabilitación de las fuerzas armadas tal lo recomendado por Rouquié.

Estas, entre otras, pueden haber sido las razones que impulsaron este dispositivo, que en términos generales constituyó lo que podríamos definir como un discurso hegemónico.

       




-Los discursos sobre Malvinas-
          



El dispositivo  desmalvinizador  presupuso, obviamente  la construcción de un  discurso que, con el tiempo y reconozco, con matices, fue instituyéndose como hegemónico. Un discurso que, al deshistorizar, obliteró y descontextualizó acontecimientos y componentes altamente significativos  para nuestra historia, para nuestro presente y para nuestro futuro.

A través del discurso desmalvinizador se denostó desde la oportunidad hasta el método utilizado para intentar recuperar lo que por derecho nos pertenece, negando todo intersticio para intentar recuperar siquiera aquellos aspectos significativos y prominentes del conflicto entre los que se encuentran valerosas intervenciones de nuestros soldados y episodios de una épica notoria. El discurso desmalvinizador en cierto sentido pretendía y aún pretende una clausura sobre el tema.
        
La construcción de un discurso hegemónico desmalvinizador estuvo sustentado en una dicotomía muy presente en la historia argentina “civilización y barbarie”, donde la inversión “los bárbaros somos nosotros y los civilizados los otros” implicó un menoscabo integral a lo propio. En el caso particular de la guerra de Malvinas se llegó a extremos en donde desde algunos medios y sectores intelectuales locales se festejó la derrota como una contribución de la “civilización” para con la “barbarie”.
    
El discurso desmalvinizador se asentó entre otros aspectos en:  

I) La deshistorización del conflicto por Malvinas y el ocultamiento de la existencia de relaciones bilaterales desiguales entre ambos estados.

II) El desconocimiento del protagonismo de nuestros soldados a partir de su victimización.

III) La negación de acontecimientos épicos protagonizados por nuestras tropas, la negación de la condición de héroes de nuestros caídos, y de aquellos combatientes que en el conflicto adoptaron conductas extraordinarias.
 
IV) El desconocimiento a pertinaz reclamación y labor de los familiares y la falta de apoyo para sus actividades, entre las que se encuentran la realización de más de 20 viajes, la inauguración del monumento ahora erigido en Darwin y cientos de actividades y conferencias negadas por la gran prensa.

V)   La asimilación de la “causa Malvinas” a la Dictadura.

Podría continuar con la enumeración pero el breve tiempo que me resta me impide enunciar otros componentes del discurso desmalvinizador, y además, profundizar sobre cada uno de ellos. En tal sentido aclaro que la enumeración realizada no es taxativa, y que cada uno de los puntos merece un tratamiento y atención especial.

El Pensamiento Nacional al hacer especial hincapié en el rol que desempeña la cultura en la configuración de estrategias de resistencia que los pueblos periféricos motorizan para trazar su propio itinerario, pone especial énfasis en la respuesta popular. Si bien, como señalamos anteriormente a partir del cese de las hostilidades y desde “arriba hacia abajo”, fue impulsándose un dispositivo desmalvinizador que en uno de sus aspectos se configuró como discurso hegemónico, desde “abajo hacia arriba” a la vez fue germinando un discurso contra-hegemónico malvinizador, que hoy comienza a impulsar un cambio de paradigma en la reflexión sobre la cuestión Malvinas, y que además se ve reflejado en acciones políticas y diplomáticas concretas. 

El acompañamiento de la Presidenta de la Nación a los Familiares con motivo de la inauguración del Monumento de Darwin, las pertinentes y persistentes reclamaciones argentinas, la inclusión del reclamo en la agenda regional, la referencia en los discursos a la palabra héroe, dan cuenta de una transformación que viene operándose. No de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba.
             
            Lo realmente significativo, mis estimados y estimadas, es que este contra-discurso, provino del propio pueblo, quien a través del tiempo fue homenajeando a sus héroes mediante la construcción de monumentos, imposición de sus nombres a las calles, plazas, escuelas, adoratorios. Como enseña Rodolfo Kusch; “cuando un pueblo crea sus adoratorios, traza en cierto modo en el ídolo, en la piedra, en el llano o en el cerro su itinerario interior”. Uno podría agregar que cuando el pueblo crea sus adoratorios, también va trazando su futuro.

Nuestros estudios y observaciones advierten que la causa Malvinas y sus protagonistas constituyen tal vez el mayor objeto de recuerdo y homenaje en el país. Desde el poblado más pequeño, hasta la ciudad más numerosa encontramos cada vez más  homenajes no solamente a los caídos, sino a la causa en sí misma y es a partir de este fenómeno que un cambio está operándose en la superestructura.
        
En el marco de ese reconocimiento debemos mencionar especialmente la persistente actitud de: 

-     Las diferentes agrupaciones de veteranos de guerra y su lucha permanente por la dignidad moral material y por el reconocimiento histórico.

-     La actividad desarrollada por los Familiares de Caídos en Malvinas.
          
Las primeras, es decir, las agrupaciones, orientaron su lucha inicial hacia la conquista de la dignidad material y humana del veterano. Concluida esa etapa comenzó un segundo proceso tendiente hacia la recuperación del sentido histórico por el que fueron a la guerra, y van por su reconocimiento histórico protagonizando una verdadera batalla cultural.
  
      Los segundos, es decir los familiares, encararon su batallar a fin de obtener el reconocimiento histórico de sus hijos y a través del sentido de su sacrificio.
           
Si bien ese discurso contra-hegemónico comenzó en el campo de la acción concreta a partir de las reclamaciones, nos encontramos en una etapa donde su construcción (del discurso) se está materializando a partir de la elaboración de documentales, muestras, libros, conferencias, obras de teatro como la que proyectaremos en este marco y que revela este cambio en las estrategias

Para dar cuenta de esta evolución en las estrategias y para profundizar algunos aspectos de lo aquí tratado, en el próximo encuentro proyectaremos “Malvinas, Viajes del Bicentenario”, un claro ejemplo de construcción de un discurso contra–hegemónico vinculado a la causa Malvinas. En ese marco les pido una relectura de los dos últimos párrafos del artículo de Hernández que ya advertía en esa época el rol de lo popular en la reclamación por Malinas.




* Conferencia pronunciada en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación el 19 de Setiembre de 2011.

martes, 30 de octubre de 2012

CICLO DE CONFERENCIAS “CIENCIAS SOCIALES TIENE LA PALABRA” - BELGRANO, MORENO Y MONTEAGUDO. PENSAMIENTO EN TIEMPOS REVOLUCIONARIOS


Sandro Olaza Pallero y Ricardo Rabinovich-Berkman.


Con la disertación de Sandro Olaza Pallero (docente de Historia del Derecho), el 2 de noviembre de 2012 tuvo lugar una reunión del ciclo de conferencias organizado por el Departamento de Ciencias Sociales “Ciencias Sociales tiene la palabra”. El tema de exposición fue "Belgrano, Moreno y Monteagudo. Pensamiento en tiempos revolucionarios" y la reunión contó con la presencia del profesor Ricardo Rabinovich-Berkman (Director del Departamento de Ciencias Sociales), quien se refirió a las posibilidades que se les brinda a los docentes que actúan como ayudantes y Jefe de Trabajos Prácticos para que traigan a esta casa sus investigaciones, ideas, pensamientos, trabajos y los compartan con estudiantes y otros docentes.
Posteriormente, la exposición de Sandro Olaza Pallero abordó las figuras de Juan José Castelli, Bernardo de Monteagudo y Manuel Belgrano, tres abogados que vivieron en tiempos de convulsión y estuvieron vinculados entre sí.
En primer lugar, se refirió a Juan José Castelli, primo hermano de Manuel Belgrano. Precisó que en 1806 y 1807 había luchado contra los ingleses. También, recordó que cuando el Rey Fernando VII había sido tomado prisionero en España, a Carlota Joaquina de Borbón, su hermana, le correspondían derechos sucesorios. Así, se creó el Partido Carlotino, por el cual los criollos apoyaban la candidatura de Carlota Joaquina de Borbón. Castelli, a su vez, participó junto a su primo, Manuel Belgrano, de la Revolución de Mayo de 1810. Éste último había expuesto las falencias del Virreinato del Río de la Plata cuando fue Secretario del Consulado. De tal modo, comenzaron a tomar conciencia que sin el apoyo español podían valerse por sí mismos y crearon la Primera Junta de Gobierno, con Cornelio Saavedra. Remarcó que los cabildos abiertos se convocaban cuando había situaciones de emergencia, excepcionales y, en ese momento, la autoridad del virrey era cuestionada. “Estos patriotas se jugaron por sus ideales, por un mundo mejor, por una América unida”, expresó.
Respecto al debate del 22 de mayo, comentó las diversas posturas en torno al conflicto. Por un lado, Benito Lué y Reiga, Obispo de Buenos Aires, consideraba que debía obedecerse al poder español. Por su parte, Castelli planteaba que a falta del Rey, el poder, la soberanía volvía al pueblo. Por otra parte, Manuel Villota, indicaba que Buenos Aires no tenía la representación de todas las provincias del virreinato, pero Juan José Paso aseguró que se trataba de una situación de emergencia y que las provincias debían ser convocadas en un plazo, perola Junta iba a gobernar en nombre de Fernando VII. Una vez que se instaló la Primera Junta, comenzaron los interrogantes: si se gobernaba a nombre del rey, si tenía autonomía o era independiente y si en realidad, querían otro rey. Así, Castelli y Manuel Belgrano llevaron el mensaje revolucionario de la Primera Junta, aunque algunas provincias como Córdoba no la aceptaron.
Para esa época, el Virrey de Perú había tomado el Alto Perú, donde se encontraba la mina de Potosí que explotaban los españoles. A aquel destino lo mandaron a Castelli, dado que se trataba de un gran orador. Asimismo, cuando Belgrano se dirigió al actual Paraguay fundó escuelas, apoyando la idea de crear escuelas para mujeres.
Exactamente un año antes, el 25 de mayo de 1809, en el Alto Perú se produjo una sublevación, encabezada por Murillo y Bernardo de Monteagudo, y el 25 de mayo de 1811 en el lago Titicaca, Monteagudo y Castelli brindaron un discurso en el cual plantearon la liberación del indígena y la abolición de tributos a un año de la Revolución de Mayo.
En cuanto a Manuel Belgrano, hizo referencia a que había sido convocado para detener la invasión de los españoles, y si bien no era militar, se lo nombró General. También mencionó la fundación dela Sociedad Patriótica, que era una asociación literaria pero con fines revolucionarios. Comentó, además, su vinculación con San Martín y la Logia Lautaro. Finalmente, destacó el amor a la patria y el patriotismo que estos próceres aportaron a la historia de nuestro país.
“Estos patriotas se jugaron por sus ideales, por un mundo mejor, por una América unida”, expresó Sandro Olaza Pallero.


Fuente:



 http://www.derecho.uba.ar/derechoaldia/notas/ciclo-de-conferencias-ciencias-sociales-tiene-la-palabra-belgrano-moreno-y-monteagudo-pensamiento-en-tiempos/+4610



domingo, 30 de septiembre de 2012

ERNESTO PALACIO Y SU TEORÍA DEL ESTADO (1949)



Ernesto Palacio.


Marcelo Sánchez Sorondo.

                                       Por Sandro Olaza Pallero

  1. Introducción.

El presente trabajo trata del libro Teoría del Estado, originado en el discurso El realismo político de Ernesto Palacio pronunciado en 1948 en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Se analiza su contenido y su comentario bibliográfico por Marcelo Sánchez Sorondo.
A lo largo del primer y segundo gobierno de Juan Domingo Perón se organizaron actividades académicas en la Facultad de Derecho, con la participación de invitados extranjeros y argentinos que no eran docentes de esta alta casa de estudios.
En 1948 el decano Carlos M. Lascano implementó una encuesta académica sobre la reforma de la Constitución de 1853, donde varios profesores se pronunciaron a favor, otros adhirieron con reservas y algunos apoyaron puntos del proyecto de reforma de Carlos Ibarguren. Respondieron la encuesta, entre otros, Carlos Cossio, Fernando Legón, Ricardo Levene, Ricardo Levene (h), Héctor A. Llambías, Jorge J. Llambías, Carlos Moyano Llerena, Ramiro J. Podetti, Marcelo Sánchez Sorondo y Alfredo J. Molinario.[1]
Hans Kelsen realizó una gira por Sudamérica que lo llevó a visitar Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, entre agosto y septiembre de 1949.[2]
Estos acontecimientos se dieron en el contexto de la etapa de la historia de la Facultad que va del año 1947 hasta 1955, donde predomina el sistema instaurado por el peronismo.[3]  

2.  Datos biográficos de Ernesto Palacio.

Ernesto Palacio nació en San Martín (Provincia de Buenos Aires el 4 de enero de 1900, hijo de Alberto C. Palacio y de Ana Calandrelli. Fue abogado, docente, escritor y periodista. Ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 1919 y egresó como abogado en 1926.
Como docente fue profesor de Historia Antigua y de Historia Argentina en la Escuela Comercial de Mujeres (1931-1938), de Geografía en el Colegio “Justo José de Urquiza” hasta 1942 y de Historia de la Edad Media en el Colegio Nacional “Bernardino Rivadavia” (1931-1955).
Fue ministro de Gobierno e Instrucción Pública de la Intervención Nacional en San Juan (1930-1931). Se desempeñó como diputado nacional entre 1946 y 1952, donde fue presidente de la Comisión de Cultura (1946-1947).
Codirector junto a Rodolfo Irazusta de La Nueva República (1929-1931). Fundador en 1938 del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, donde dirigió y colaboró en su revista y fue miembro de la comisión directiva.
Palacio fue uno de los escasos intelectuales que evitó caer bajo la influencia materialista y fue descripto por Leopoldo Marechal como un “triunfante al haber impuesto su mentalidad a todo un mundo”.[4]
Falleció a los 79 años el 3 de enero de 1979.
Autor de las siguientes obras:

- La Inspiración y la Gracia (Buenos Aires, Editorial Gleizer, 1929).
- El Espíritu y la Letra (Buenos Aires, Editorial Serviam, 1936).
- Historia de Roma (Buenos Aires, Editorial Albatros, 1939).
- Catilina. La revolución contra la plutocracia en Roma (Buenos Aires, Editorial Claridad, 1946).
- Teoría del Estado (Buenos Aires, Editorial Política, 1949).
- La historia falsificada (Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor, 1960).
- Historia de la Argentina 1515-1938 (Buenos Aires, Ediciones Alpe, 1954).

3.  La Teoría del Estado de Ernesto Palacio.
A mediados de 1948 Palacio pronunció en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires su conferencia El Realismo Político y que fue la base de su libro Teoría del Estado publicado un año después.
Palacio señala que la realidad es la materia de la acción política “pero dentro de ciertos límites, determinados por su índole propia, y obediente a leyes que es preciso conocer”. Esta realidad es cambiante y debe contemplarse en la perspectiva del tiempo como historia. Pero aclara que no es mecánica porque “sus movimientos no son isocrónicos ni fatales, sino inesperados  (aunque previsibles dentro de cierta latitud) y dramáticos”.[5]
Para Palacio la realidad política es independiente de los sistemas de gobierno y destaca que los tratadistas de ciencia política “nos la muestran preferentemente bajo la forma de sistemas de gobierno sucesivos”. Luego de preguntarse dónde se encuentra el poder y si en la monarquía la ejerce el rey o en las democracias el pueblo, responde que “cualquier observador un poco atento de los fenómenos políticos deberá reconocer que la realidad histórica de los Estados rara vez corresponde a las categorías aristotélicas, y que hay aparentes monarquías absolutas que presentan rasgos acusados de oligarquía, democracias aparentes que son despotismos encubiertos, supuestas tiranías que se caracterizan por la debilidad del titular, instrumento dócil de camarillas militares o plutocráticas”.[6]
El racionalismo y el realismo político no dejan de ser mencionados por Palacio quien cita una frase de Pedro Proudhon: “¡Que aprendan esos infelices que ellos mismos serán infieles necesariamente a sus principios y que su fe política es un tejido de inconsecuencias! ¡Y que quiénes tienen el poder, a su vez, dejen de ver, en la discusión de los diferentes sistemas de gobierno, pensamientos facciosos!”.[7]
Respecto a la caracterización de la sociedad política critica a Gaetano Mosca que sostiene que una minoría gobierna y una mayoría obedece como el primer principio de la sociedad civil: “¿Puede señalarse en todos los casos quién manda y quién obedece? ¿No es lícito afirmar que los supuestos gobernados muchas veces gobiernan y que los supuestos gobernantes a menudo acatan?”.[8]
La realidad estructural de la sociedad política está ejemplificada por Palacio como una relación constante de elementos que “(como la relación del lecho, cauce, corriente y orillas en ejemplo fluvial) constituye la estructura de la sociedad política, del Estado, lo que hace que sea tal sociedad y no otra cosa”.[9]
Sobre la naturaleza de la estructura política menciona la clásica pirámide donde hay un poder personal, una clase gobernante y en la base el pueblo. Esta se repite en una monarquía absoluta o constitucional o de un régimen aristocrático, “como el de la república romana, o de una democracia moderna; así entre los abipones y los esquimales como en la España franquista o los Estados Unidos”.[10]
Destaca Palacio que si bien la estructura política es inalterable, en la relación recíproca de sus elementos es dinámica y no estática. “Las condiciones de subsistencia de la sociedad política son permanentes. Los regímenes, en cambio, son accidentales y varían de acuerdo con ciertas leyes de la evolución histórica, que la filosofía de la historia trata de precisar”.[11]
La sociedad política tiene períodos de estabilidad relativa en la historia “durante los cuales los pueblos trabajan y se engrandecen” y períodos convulsionados “en que la sociedad sufre y se desangra en la discordia civil”. Palacio destaca que el fenómeno revolucionario “puede prolongarse por espacio de generaciones, creando estados de perturbación endémica […] ¿No será la revolución consecuencia de un desequilibrio en el orden natural que trata de restablecerse violentamente, por una especie de imperativo biológico?”.[12]
La esencia de la revolución para Palacio “consiste en la suplantación de una clase dirigente por otra, cualesquiera sean los principios que las informen. Haciendo caso omiso de los epifenómenos y de los medios instrumentales de que se hablará más adelante, comparemos los dos tipos más comunes de fenómenos revolucionarios, que son el de la revolución aristocrática contra el despotismo y el de la revolución popular contra la oligarquía. En ambos casos, la acción revolucionaria se define como el movimiento de una minoría encabezada por un caudillo, hacia la conquista del poder. En ambos casos, epifenómeno constante, el pueblo aclama y se adhiere, y el poder se conquista por instrumentos también constantes: fuerza militar o pueblo armado, que es, en sustancia, lo mismo. El caudillo de la minoría revolucionaria se llama Junio Bruto o Cronwell, que abaten la monarquía romana y la inglesa en nombre de la libertad; César o Lenin, que combaten el privilegio en nombre de la igualdad. Es interesante advertir que, no obstante los principios contradictorios que se invoquen, la dosación del poder personal y el minoritario no dependen tanto de los principios como de las personas”.[13]
Palacio en su obra Catilina, una revolución contra la plutocracia en Roma  menciona que la necesidad de la revolución “debe probarse, y de tal modo que no deje lugar a dudas. Pero como la proposición implícita en aquel enunciado afirma que todo orden legal es bueno mientras tenga probabilidad de subsistir, resulta en consecuencia, que sólo serán justificables las revoluciones triunfantes”. Esto dentro de los argumentos que Cicerón utilizó para desbaratar la revolución catilinaria.[14]
La ley también está presente en Teoría del Estado, y Palacio sostiene que la ley –y no sólo la escrita- es una expresión de poder. “Por las exigencias de la estructura política todo poder es limitado […] La ley necesaria, la ley adecuada, la ley benéfica, es una manifestación de voluntad del legislador, en la cual éste obra como intérprete de la colectividad, dentro de los límites que la misma colectividad le marca y que no podrá sobrepasar so pena de no obtener su consentimiento. La ley tiránica, en cambio, es la manifestación de un poder usurpador; provoca las situaciones de tensión…”.[15]
Para José Luis de Imaz esta obra fue una crítica a Juan Domingo Perón: “Años más tarde cayó en mis manos La Teoría del Estado de Ernesto Palacio, un magnífico estudio sobre la circulación de las élites, cuyo destinatario final, según se decía, era Perón, quien no acusó recibo de la crítica implícita en el libro. […] Yo por entonces no podía saber hasta qué punto Palacio era recipiendario de Wilfredo Pareto, y Gaetano Mosca, que, aunque citados en sus páginas, recién pude leer años más tarde en una estupenda biblioteca parisina”.[16]
Luis C. Alén Lascano destacó a esta obra de Palacio como una de sus grandes creaciones que lo consagraron como uno de los grandes pensadores del país: “Aun cuando no se sintiera acompañado gubernativamente como lo había esperado en los comienzos revolucionarios, Palacio en este período de su vida produjo dos obras de sumo valor intelectual, suficientes para consagrarlo como uno de los grandes pensadores del país. […] Según su propia confesión, este estudio de la ciencia política le convierte en filósofo y busca despertar un renovado interés por el estudio de los problemas teóricos de la política en estos momentos en que la acción se resiente de anemia doctrinaria. Inspirado en los principios de Pollock y Mosca, glosa las ideas de Vico, Sorel y Pareto, en un análisis realista de la política al diferenciar el Estado de Derecho del Estado de Hecho, en lo que algunos críticos quisieron ver la influencia de Maurras”.[17]

4.  El comentario de Marcelo Sánchez Sorondo.

La conferencia de Palacio publicada como Teoría del Estado (Buenos Aires, Editorial Política, 1949, 218 páginas) figura entre los libros remitidos a la Facultad de Derecho.[18] Marcelo Sánchez Sorondo realizó el comentario bibliográfico La teoría del Estado de Palacio y las formas de gobierno.[19]
Alén Lascano también se refirió a este comentario: “Sánchez Sorondo en una nota bibliográfica aplaudió esta aparición y su apreciación de las élites necesarias al pensamiento y la acción de los líderes políticos. Y Jauretche pensaba que, en su brevedad, era lo mejor que se escribió al respecto, por su concisión, su estilo y su impecable argumentación doctrinaria”.[20]
Sánchez Sorondo era consejero y profesor adjunto de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
“A cuantos se dedican al menudeo erudito les ha de parecer atrevido el que en someras páginas discurra un pensamiento sobre política. Palacio válese de sus entendederas antes que de autoridades y en el terreno elegido se mueve con la desenvoltura, con la osadía también, de un diletante; ardid de madurez, según presumo, porque hacer el diletante resulta el mejor recurso para eludir la profesión de sabio”.[21]
Advierte Sánchez Sorondo que esta obra es un desafío a los ritos docentes: “Esta teoría del Estado, sin entrañas jurídicas, importa un desafío a los ritos docentes con que suelen, tras las consabidas abluciones librescas, paliarse los problemas políticos. Y es de veras plausible que desde un plano de culta experiencia alguien haya emprendido entre nosotros la tarea de rescatar la especulación política de las zonas soporíferas de los tratados. Al fin, los libros más eminentes de política han sido frutos de este tipo de contemplación, si no precisamente desde las alturas desde esas cimas, puestos en las cuales, las mismas alturas no se ven gigantescas y con nitidez que no se tiene en ellas se percibe la perspectiva, el relieve de las cosas”.
Señala Sánchez Sorondo que este trabajo no es un tratado ni una monografía: “Le faltan las piezas del santuario consagrado a los dioses de las fichas, panteón donde yacen los saberes ilustres. Es, sí, un libro antidigesto que prescinde de la instalación ex-cátedra y se lanza en busca de la presa intelectual con la destreza y esa decantada naturalidad propia de las páginas de los humanistas y de las especulaciones de los clásicos. Hasta qué punto las referencias obligadas de erudición han crecido en el transcurso de dos siglos es asunto a resolver pero que no justifica la necesidad de abrumar con su inventario para que sea accesible, verbigracia, la inteligencia del Estado. En todo caso no se ha propuesto el autor hacer un viaje de circunvalación alrededor de las doctrinas estatales, que es la postre la aventura con que en tales materias se acreditan incluso quienes profesan de enemigos del racionalismo y de las luces”.[22]
Otra observación es que Palacio al referir el Estado al Estado de hecho consigue reducirlo: “En esta perspectiva realista el Estado recobra su ritmo de consorcio, de agrupamiento humano. Esta es la versión de una república habitada y mortal, antes que la de una organización indiferente, impávida”.
Sánchez Sorondo critica al liberalismo y a Montesquieu que no haya contemplado el sistema mixto en las formas de gobierno: “Quizá la gran inspiración del liberalismo en las postrimerías del Estado absoluto haya sido la forma mixta. Y su gran fracaso no haberla asistido en la vida de los usos […] Sin embargo, resulta curioso que el francés, tan proclive a la temperancia, tan finalmente clásico todavía, no haya registrado el gobierno mixto en su inventario de las formas. Justamente Montesquieu admiraba la constitución de Inglaterra por su cruza política o lograda mezcla de mandos –el rey, el senado, los comunes- de que da cuenta a lo largo del famoso capítulo”.[23]
Hay una llamada de atención a Palacio por no incluir en el libro los elementos históricos: “Pues bien, el defecto de este libro, lo que empaña la excelencia de esta ojeada sobre datos reales y casi lo condena a ser demostración por esquema tan clara como superficial, deriva de su absoluta falta de sentido histórico. Palacio, que no considera los fines últimos o primeros principios del regimiento político –los trascendentales de la política-, sino la realidad circunstanciada –el orden político y su circunstancia-, prescinde, sin embargo de la estimativa histórica”.[24]




[1] Véase Encuesta sobre la revisión constitucional, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias de la Universidad de Buenos Aires, 1949. Son significativas las palabras de Ricardo Levene: “La incorporación de las cláusulas modernas de carácter social para asegurar la independencia económica del país, la nacionalización de servicios públicos, y la armonía en el ejercicio de los derechos individuales y la función colectiva del Estado”, p. 135.
[2] Carlos Cossio había confiado en que su discípulo Ambrosio Gioja explicase a Kelsen los alcances de la teoría egológica, y en definitiva lograse convencerlo para viajar a la Argentina. La inmejorable impresión que Gioja produjo en Kelsen, así como la anunciada inauguración del nuevo edificio de la Facultad de Derecho para el año siguiente, le brindaron a Cossio la oportunidad para conseguir del decano interventor Carlos M. Lascano, el apoyo necesario para conseguir la invitación oficial y la cobertura de los costos respectivos. Confr. Sarlo, Oscar, “La gira sudamericana de Hans Kelsen en 1949. El frente sur de la teoría pura”, en Ambiente Jurídico nro. 12, Manizales, Facultad de Derecho-Universidad de Manizales, 2010, p. 7.
[3] Tulio Ortiz denomina esta etapa como La autonomía cuestionada (1943-1955), que se va a caracterizar por las numerosas intervenciones (1943, 1945 y 1948) a pesar de que la Constitución de 1949 establecía el principio de la autonomía limitada en su artículo 37.4 IV. Ortiz, Tulio, Historia de la Facultad de Derecho, Buenos Aires, Facultad de Derecho-Universidad de Buenos Aires, 2004, pp. 23 y 26.
[4]  Hernández, Pablo, Para bien y para mal. Entrevistas a los que hacen la cultura nacional, Buenos Aires, Pera, 1991, p. 213.
[5] Palacio, Ernesto, Teoría del Estado, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1979, p. 35.
[6] Ibíd, pp. 36-37.
[7] Ibídem, p. 38.
[8] Ibídem, p. 40.
[9] Ibídem, p. 42.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem, p. 44.
[12] Ibídem, pp. 44-45.
[13] Ibídem, pp. 99-100.
[14] Sostres, Miguel Ángel, “La retórica en las Catilinarias de Cicerón”, en Prudentia Iuris nro. 6, Buenos Aires, Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Abril 1982, p. 110.
[15] Palacio, Teoría del Estado, p. 123.
[16] Passanante, María Inés, “De Imaz, maestro de sociólogos”, en Revista Valores en la Sociedad Industrial nro. 61, Buenos Aires, Universidad Católica Argentina, Diciembre 2004, p. 55.
[17] Alén Lascano, Luis C., Ernesto Palacio. Política y Cultura, Buenos Aires, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1999, pp. 26-27.
[18] Véase Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales nro. 15, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Julio-Agosto 1949, p. 1063.
[19] Sánchez Sorondo, Marcelo, “La teoría del Estado de Palacio y las formas de gobierno”, en Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales nro. 17, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Noviembre-Diciembre 1949, pp. 1509-1525.
[20] Alén Lascano, Ernesto Palacio…, pp. 26-27.
[21] Sánchez Sorondo, “La teoría del Estado…”, p. 1509.
[22] Ibídem, pp. 1510-1511.
[23] Ibídem, p. 1518.
[24] Ibídem, p. 1523.
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